domingo, 30 de octubre de 2011

Entrevista a Pablo Ramírez en la revista "Uno Mismo"

“Lo único que te define como persona es lo que hacés”
Considerado uno de los mejores diseñadores de moda del país, siente que su máxima creación fue trabajar seriamente por su salud integral. Además, cree que la elegancia es accionar para ser quienes queremos ser.


Diego Oscar Ramos - Revista Uno Mismo




“Sagrada seda natural, inmaculada organza, santísimo tul, bendito satén…”, reza una mujer, mientras afuera el mundo se muestra en sonidos de agua, campanas y hasta una lejana cumbia. Como banda de esas películas en blanco y negro que le gustaba ver en televisión cuando era niño, el montaje sonoro fue parte de un desfile de una colección de Pablo Ramírez y hoy puede escucharse al entrar en su página de Internet. Reconocido por un estilo que – en sus propias palabras o la de distintos especialistas – es mencionado con términos como sobriedad, teatralidad, romanticismo, minimalismo o sofisticación, una de sus marcas está en un por ahora eterno color negro presente en sus colecciones. Y si bien lo complementa con blanco o algunas veces rojo, la reiteración cromática parece una muestra de fe en su sentido estético. Esa confianza ha sido una brújula para sus movimientos. Y más allá de que palabras elogiosas de autoridades como Isabella Blow - estilista británica quien fuera directora de moda de medios icónicos como Vogue – han ayudado a dar mayor visibilidad a su arte, asegura que son sus sentimientos los que lo llevan a tomar decisiones claves en su carrera. Y si cada vez está más consolidado su reconocimiento profesional, donde más se ha mostrado consecuente Ramírez es en hacer que su vida sea tan coherente como su arte. El cambio corporal notable que tuvo –bajó en menos de un año cerca de 50 kilos– tiene que ver con un trabajo interno que hace que él mismo pueda ser hoy parte de una fiesta estética que por mucho tiempo fue sólo para los otros. Por eso hoy puede hablar de su historia, con la firmeza de quien ha sabido ser su propio constructor, atento a sus debilidades y más a sus certezas.


- ¿Qué sentido le da al montaje sonoro presente en su página?
- Esa letanía (diseñada por la cineasta Lucrecia Martel y protagonizada por la actriz Marilú Marini) me representa mucho. Fui a colegios religiosos, me sale siempre algo de monje. Y tengo tal devoción por el oficio en sí, por el material, que es lo que mejor me representa, no hay una música que hable de eso.



- La elección de algunos sonidos, como melodías de cumbia, parecen bien alejados del glamour asociado a la moda.
- Tiene que ver con mi naturaleza y mi historia. No vengo de una familia tradicional. Construí este mundo con la cabeza puesta en un imaginario y el cuerpo en otro. Nací y me crié en un pueblo (Navarro, provincia de Buenos Aires) y para mí fue tan adverso ese entorno que desarrollé la imaginación para transportarme a un mundo que me gustara más.



En ese sentido, al terminar el colegio primario, Ramírez les pidió a sus padres que lo pusieran pupilo en un colegio de la orden marista, que estaba en Luján. Lo vio como una opción de salida, una llave de salida directa que se le ocurrió al apenas saber de la existencia de ese instituto. Claro que esa misma convicción de solución al tedio le dictó, luego de toda una serie de trámites que hicieron sus padres, que tampoco era un lugar donde podría estar mucho tiempo. No pudo decirlo a su familia, pero al año se suspendió el sistema de pupilaje y él estuvo libre de permanecer en un lugar del que, de todos modos, reconoce como fuente de gran fe religiosa y sensaciones místicas. También de valores estéticos. “Siempre me gustó el hábito religioso, esa cosa negra y en los maristas, estéticamente, había algo en la arquitectura, en la escala, en el espacio”, reconoce hoy el diseñador, para quien el lapso de pupilo le dio cierto temple a su carácter y aportó experiencias para él inéditas ligadas a las formas de sociabilidad en un entorno mayormente masculino. Así lo explica: “Antes de ir no tenía un círculo de amigos varones, todas mis amigas eran chicas, y me di cuenta que podía tener un rol. Entré siendo el sensible, el artista, todo eso que no tenía nada que ver con la masculinidad. Como nunca me gustó el fútbol, al segundo día de estar en la cancha sin moverme, el cura me puso en una especie de kiosco del colegio. De repente pasé a tener un rol”.


- ¿Cómo se va definiendo su vocación?
- Antes de irme de pupilo había querido ser bailarín. Hice dos años en una escuela de ballet. Pero no me dejaron ir más. Mi mamá me dijo que no me anotara, porque mi papá dijo que no me iba a dejar ir. De grande entendí que tenía que ver con el prejuicio, con la exposición. Ya era raro como para reforzar la diferencia. Pero fue dificilísimo. En esta construcción imaginaria de lo que me gustaba estaban las artes escénicas, pensaba que bailar tenía que ver con la forma de expresarme. Sufrí mucho. En los maristas tuve que hacer un trabajo de tema libre e investigué sobre ballet. Fue una rareza para ellos que yo apareciera hablando de eso.



Al regresar a Navarro, la elección fue simple para Ramírez. Antes que una escuela técnica, una comercial o una agraria, prefirió un bachiller sin restricción de género al que, por tradición, sólo iban mujeres. Como en su pueblo la mayoría de sus vínculos de amistad eran femeninos, hizo el secundario siendo el único varón cursando junto a casi cuarenta mujeres. Allí, una devoción por la figura femenina - que ya venía demostrando desde muy pequeño en dibujos de gran sentido estético - se fue alineando a la sensación de que iría a ganarse la vida con una profesión estética. Y mientras la literatura o la docencia aparecieron como otros caminos probables, solía diseñar vestuarios para actividades escénicas de su hermana más próxima en edad. Hasta que, con quince años, vio una oportunidad en la publicidad de un concurso de diseños de la empresa Alpargatas.
A pesar de que había que ser mayor de edad mandó sus trabajos. La respuesta le llegó por correo: elogiaron su arte e indicaron que siguiera por ese camino. Al terminar el secundario, en 1989, la apertura reciente de la carrera de Diseño de Indumentaria en la Universidad de Buenos Aires fue una señal precisa de los pasos que debía dar. Se mudó a la capital, viviendo primero en una pensión y luego en un departamento, ya con su hermana, recibiendo ayuda económica de su padre, hasta que falleció de un infarto en 1993. “Fue un momento de mucha inestabilidad, mi hermana y yo ya no teníamos sustento, empecé a buscar trabajo de todo, pero no conseguía nada”, comenta Ramírez, que entonces hasta rindió examen para ser bancario, pero sólo percibió una salida real a su crisis económica y emocional cuando supo de un nuevo concurso de Alpargatas, cuyo premio mayor era un contrato laboral y un viaje de estudios.



- Tuvo allí una sensación de seguridad…
- Sí, como con lo de los maristas. “Acá esta la llave”, sentí. Me presenté, llevé los bocetos, a los quince días me llamaron. Todo fluía con naturalidad, estaba muy seguro. Había quedado finalista, llegué a la final, preparé un desfile, trabajé durante dos meses y cuando llegó el momento, el conductor dijo: “Primera mención: Pablo Ramírez. Además, hay un premio sorpresa, en el jurado dos diseñadores franceses quieren premiarlo para desarrollar su primera colección en París”.



- ¿Apareció entonces alguna sensación religiosa?
- Fue una fe propia, una suerte de gran certeza. A la vez había algo místico, porque sentía que era lo que tenía que suceder. Sabía que mi trabajo estaba bien y sentía que ese era el momento de la oportunidad. Se habían unido tiempo y espacio.



A sus 24 años, Ramírez llegó a Paris, en su primer viaje a Europa, le dijo a su madre que si le gustaba podría establecerse allí. Pero más allá de los placeres profesionales, se sintió desarraigado. Y como con el colegio marista, supo que allí tendría que aprovechar al máximo todo lo que pudiese aprender, pero no era su lugar. “Sentí que estaba haciendo otra carrera de nuevo trabajando allí, conocí todas las casas de moda, lo que había visto en los libros, las películas, fue un momento buenísimo”, asegura Ramírez sobre la ciudad donde se daría un episodio fundante para su trayectoria. Un amigo a quien le diseñara un abrigo en Buenos Aires, le dijo que lo llevara para abrigarse del frío europeo. Y fue ese diseño el que recibió elogios de personas en la calle que querían comprárselo. “Era un tapado largo, como de cura, perfecto”, lo define hoy Ramírez, quien estaba lejos entonces de pensar que tendría una marca propia. Lo que quería era entrar al mundo de la moda. Y lo había logrado. Al volver a Buenos Aires quería vivir de lo suyo. Comenzó a trabajar como diseñador para Alpargatas, inicialmente. Luego para otras marcas de prestigio dentro del circuito de la moda argentina. Comenzó a crecer profesionalmente, durante los ´90, llegando a ser jefe de Producto y desarrollando proyectos ligados a la escena artística, como vestuarios para conciertos de rock. Pero las crisis económicas alcanzaron también a su desempeño. “Sentía que subía escalones que se iban cayendo”, relata hoy con ímpetu cinematográfico y cuenta que, ya sin trabajo, aceptó la invitación de una amiga modelo a acompañarla a Estados Unidos. Allí comenzó a realizar unos diseños para intentar insertarse laboralmente. Pero luego de un llamado para trabajar aquí, esos bocetos le sirvieron para presentarse a un concurso del gobierno porteño donde, más que premios, recibió una impresionante aceptación comercial en la subasta final. Allí ya estaba consolidado su estilo elegante, austero, de riguroso negro. Y su don de estar en el lugar preciso lo hizo ser admirado por una productora del certamen, quien le facilitó pasarela y modelo para que hiciera una muestra propia de su trabajo.


- ¿Esa fue otra llave?
- Otra llave, más bien lúdica. Porque ya no estaba escapando. No tenía que encontrar una solución. Terminó ese desfile y estaba satisfecho, fue haber concretado todas las fantasías.



Allí logró repercusión de prensa. Hizo una cierta clientela, armó un showroom con una diseñadora los fines de semana. Una clienta suya quiso asociarse y logró financiar una segunda colección. La sociedad duró cuatro meses, halló nueva socia e una amiga e hizo su tercera colección. Llegó la crisis del 2001, trabajó solo, fueron apareciendo nuevos inversores, muchos elogios nacionales e internacionales, la instalación en sociedad de locales de cierto lujo en lugares como Recoleta que nunca sintió como propios. Hasta que se estableció en 2005 en San Telmo, ubicado en la misma calle donde se diera su primera presentación como diseñador. En todo este tiempo, desde sus primeras dudas por ponerle su propio nombre a sus indumentarias hasta las crisis con sociedades que no estaban en sintonía total con sus búsquedas, Ramírez supo guiarse por mensajes que venían de sí mismo: “Sé que hay gente -sostiene el diseñador- que si estuviera en otro lugar vendría más, pero me siento mejor actuando con pasos seguros y si no estoy del todo convencido sobre algo es mejor escuchar mi voz interior”.


- ¿Para escucharse, ha hecho algún trabajo terapéutico?
- Sí. Cuando mi papá vivía, fui al hospital Ameghino e hice terapia por tres años, con varios analistas. Con la segunda trabajé el duelo de mi padre, ahí surgió lo del concurso y me fui de viaje. Cuando vine seguí con ella, pero de forma particular. Estuve siete años, hasta que se fue a vivir afuera. Hubo años que interrumpí. Y luego empecé con un psiquiatra sistémico.



- ¿Qué fue lo que más siente que logró en todo ese proceso?
- Para mí fue reconciliarme con mi pasado: mi infancia, mi adolescencia, mi juventud, hasta sentir una gratitud en un punto. ¿Qué hubiera sido de mí si no hubiera sufrido todas esas adversidades? ¿Tendría la imaginación que tengo? Capaz que sí, que hubiera sido mejor. Pero igual es reconciliación. Después, el tiempo que hice sistémico fue como ir al gimnasio: tengo caído acá, trabajo con esto, hay un problema con tal cosa, enfrento eso. - Y hubo un gran cambio corporal también. - Sí, tuve primero un cambio corporal, que fue muy rápido y no lo pude sostener. En el 2008, estaba haciendo el trabajo sistémico, parecía que estaba todo bajo control, pero me sentía profundamente infeliz, no le encontraba sentido a nada. En un momento, ese psiquiatra me dice que yo no tenía problemas con mi cuerpo. Me di cuenta que había construido un personaje que hasta mi psiquiatra había comprado.



- ¿No le habría dicho eso para movilizarlo?
- No… O capaz que sí. Me dijo que si estaba yendo hacia un lado y lo que conseguía era algo, lo que quería era eso. No era que quisiera en realidad ir a otro lugar pero sin obtener resultados. Y entonces, como había tenido una experiencia con el tratamiento del doctor Máximo Ravenna, me metí ahí. Lo que hice fue mover el sistema: si yo funciono de esta forma y el resultado que tengo es éste, si ese resultado no me gusta me tengo que contradecir. No haría nada de lo que me gustara o me hiciera sentir cómodo. Entonces decidí ir al grupo terapéutico todos los días, a las 8 de la mañana y hacer la dieta monótona.



Mediante esas ideas matrices, radicales, el tratamiento hizo que cambiara fuertemente su aspecto e incorporara percepciones firmes sobre de sí mismo y la vida: “Lo más transformador, más allá de lo físico, fue haber descubierto que tenemos la capacidad de hacer con nosotros lo que queramos”.


- ¿Pudo rediseñarse?
- Sí. Cuando llegué a bajar 58 kilos en ocho meses me di cuenta que esa fue mi mayor creación. Todos tenemos tendencia a definirnos, pero lo único que verdaderamente te define es lo que hacés, lo demás son creencias. Me lo probé de muchas formas, como contradecir eso de que soy una persona que a la mañana no se puede levantar. Y es la primera vez que tengo alineados mi cuerpo y mi persona con mi trabajo, porque hacía algo de lo cual no participaba: la elegancia, la armonía, embellecer personas. Participaba sólo con mi mente. Yo me abstenía. Y eso es muy raro.



- ¿Trajo cambios como diseñador esa nueva conciencia?
- No siento que haya habido cambios. Mucha gente fantaseaba: “Ahora vas a salir a mostrar más”. Y los gustos, el nivel estético, siguen en el mismo lugar.



- Uno de los aspectos de su estilo que más suelen destacarse es la extrema elegancia. ¿Cómo definiría lo elegante?
- La elegancia, por el contrario de lo que puede entenderse, no es algo heredado ni natural, es una construcción. Tiene que ver con la educación, los modales, la cultura, los libros que leíste, los lugares donde viajaste, lo que comés, lo que tomás, cómo te comportás. Cuando uno puede hacer un gran trabajo consigo mismo, en un punto puede empezar a prescindir de lo de afuera. Y el despojo o la síntesis en lo que usás es lo que hace que muestres tu esencia. Alguien que tiene un universo exterior sobrecargado, sin contenido, necesita distraer. La elegancia es la falsa simpleza, de algo o alguien, aparentemente simple, que está muy elaborado.



- ¿Hay valores que sienta como elegantes?
- Sí. Guardar un papel y no tirarlo en la calle lo es, tiene que ver con el bien común. Si se pasó la hora de sacar la basura, la guardo en mi casa. Lo elegante está en los límites. Tenerlos es no cruzar un semáforo en rojo. Los límites son los que muestran cómo es alguien, si tiene una conducta, si puede manejarse dentro de determinados parámetros, si tiene educación. Me parece poco elegante la gente que se queja pero no hace nada.



- Y específicamente en los afectos, ¿dónde aparece la elegancia?
- (Piensa) Hacer regalos es elegante, llevar unas flores, una botella de vino, ir a una casa y llevar algo. Es una de las cosas que más disfruto en la vida. Me da ilusión, me encanta pensar en alguien, comprarle algo, envolver el regalo.



- ¿Y actos de elegancia para con usted mismo?
- Levantarme todas las mañanas a las seis y cuarto para ir al gimnasio de siete a ocho. Tiene que ver con la construcción de quien quiero ser, más que con si tengo los brazos duros o la panza chata.



- ¿La moda le ha dado preguntas y respuestas existenciales?
- Sí. Todo el tiempo, me pasa con los clientes. En lo que hago hay varias instancias. Una es cuando presento la colección o hago fotos, de muchas formas muestro mi mundo interno, cuento una historia. Otro momento es cuando la gente viene al local y ve la ropa colgada, sin el contenido del desfile. Y otro bien diferente es cuando entran al probador y salen con el traje puesto. Toma un nuevo sentido, aparece otra cosa. Las devoluciones que he tenido son geniales, me pasó de alguien que me dijo: “Mi padre me miró por primera vez de otra forma a través de tu vestido”. Montones de cosas así. Cuando se presenta una colección es una cosa bastante ensimismada, es algo mío, para mí. En cambio, en lo otro hay una persona con sus necesidades, a quien le doy todo de mí, para que se lleve eso, que apropia.



- ¿Eso le da sentido mayor a lo que hace?
- Sí. Absolutamente. Tengo una ética: no me gusta hacer nada que le pueda quedar mal a alguien. No me gusta exponer a alguien al ridículo, a lo feo. Sé que hay cosas que comercialmente funcionarían más o me iría mejor. Pero no estoy dispuesto a pagar ese precio. No me sentiría bien.



- ¿Tiene algún nuevo deseo de creación?
- No sé. Tengo la suerte de que todo el tiempo tengo propuestas. Muchas descarto, en otras me involucro. Algunas me dan posibilidades de expandirme o crecer mentalmente. La verdad es que la fantasía que tengo es sentir que puedo realizarme, que puedo llevar todo esto con
tranquilidad. Y que todo esto fluya.

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